No sé describir la sensación de desacomodamiento que me provoca trabajar en Barcelona, “estar establecido”, y al mismo tiempo vivir en un hostel. Me levanto a las ocho, llego a la oficina a las nueve y cuarto, paso el día en la calle intentando en vano afiliar personas débiles o manipulables a una ONG, vuelvo al hostel a las ocho, me acuesto entre la medianoche y la una. Mis días se suceden viendo pasar miles de caras apuradas a mi alrededor, hablando con cientos de personas un segundo o dos minutos o cinco, nunca más que eso, time is money, my dear, imagino pensando a mi jefe. Luego vuelvo a casa, por decirlo de alguna manera, y veo pasar más gente. Comparto habitación con diez itinerantes, que cambian cada dos o tres días sus facciones y sus idiomas y sus marcas de cigarrillos, y yo soy el único que vive ahí, con despertadores y responsabilidades. Quieto, los veo moverse.
Hace un par de noches fumé hash con un chico eslovaco y dibujante que fue el primero en este viaje en saber la diferencia
entre un comunicador y un comunicólogo. Dijo que quería estudiar comunicología, pero que en Ljubljana no existía o era muy difícil el examen de admisión.
Después de pensarlo en frío este fin de semana, decidí que mañana voy a renunciar. En realidad, no había mucho para pensar. Mis dos peores días, días largos de lágrimas y frustración, se los debo a este trabajo. Días en los que me detesté por hacer lo que hacía, en los que la vergüenza era lo mismo cerrar los ojos que mirarme en un espejo. No me va bien, gano muy poco, paso todo el día trabajando, y aparte me parece detestable lo que tengo que hacer. No estallo de entusiasmo ante el panorama de tener que comenzar de vuelta a buscar trabajo, pero creo que me despejará mucho la cabeza dejar el que tenía.
El MACBA, uno de mis museos preferidos, logró algo que, en este momento, difícilmente hubiese ocurrido de otra manera: causarme una alegría sincera poniendo frente a mis ojos “algo” argentino. Una sala entera dedicada al Di Tella, a Tucumán Arde y a León Ferrari. Es que contra eso no hay rechazo posible.
Hace un rato pasé veinte minutos puteando a los gritos porque me robaron la cena. Abrí la heladera y mi pizza no estaba. No había comido desde la mañana, y los mercados cerrados porque es domingo, y afuera llovía como en un paisaje bíblico. Terminé empapado, gastando el doble de lo que suelo gastar, con cara de culo comiendo un big mac. Necesito mudarme del hostel, conseguir una habitación. Pronto.
Ayer a la noche fui al cumpleaños de Addaia, una amiga de Sara. Una reunión en su terraza, con suficiente alcohol y la mejor comida que probé en semanas o meses. Antes de terminar, una chica de Menorca nos deleitó con una muestra de su profesión: cuentacuentos. Una artista con todas las letras, puro talento narró y actuó tres cuentos suyos, que incluían un embarazo con parto incluido en una pareja gay y una versión bastante border del lobo y los tres cochinitos.
El viernes a la noche fui con un grupo de gente a un concierto al aire libre en el Parc de la Ciutadella. Algunos decían que sería de jazz, otros de música árabe como celebración del fin de Ramadán. Cuando llegamos, en cambio, nos encontramos con una banda senegalesa que tocaba música africana. Mucha percusión, la gente vuelta loca no paraba de bailar. Decenas de árabes circulaban vendiendo cerveza entre puestitos de comida turca y alquiler de narguilas. Después, un dj inyectó energía con mezclas de tecno y música árabe o brasilera y la noche crecía y el suelo temblaba. Detrás de mí había un rockero gordo y barbudo en silla de ruedas, con una remera deHulk, a quien todos conocían y parecían querer mucho. Frente a mí, figurita repetida: un marroquí que me cruzo casi todos los días, en los lugares más insólitos, de día vendiendo paraguas y de noche cervezas, aunque cada vez que pasa a mi lado susurra “chocolateporrococaína”. Generalmente no le hago caso. A la salida nuestro grupo se sentó a charlar bajo el Arco del Triunfo y la fresca madrugada catalana. A un par de metros de nosotros chocaron dos bicicletas y uno de los conductores se quebró la pierna y estuvo media hora entre
insultos, gritos y quejidos. Nos terminamos haciendo amigos de ellos y nos convidaron un poco de su hash paquistaní.
El recital celebraba el comienzo de la Mercé, semana entera de bandas, teatro, juegos, una feria del libro al aire libre que ocupa como cinco cuadras por las dos manos, tradiciones y demás actividades culturales gratuitas, ininterrumpidas y populares. Es la semana de la patrona de Barcelona. Vienen cientos de grupos, hay constante intervención callejera y el próximo domingo es el Piromusical, espectáculo multitudinario de música y fuegos artificiales.
Ayer fui a almorzar a Barrilonia, una casa tomada por ocupas predominantemente latinos y zapatistas. Hicieron una paella popular. Me invitó un amigo del trabajo, que se está iniciando allí en teatro del oprimido. Hay un chico que estudió sociología en la UBA. Conocí a una pareja de uruguayos con su hija chiquita, y cuando les pregunté de dónde eran, contestaron “nosotros dos de Montevideo, pero ella –apuntando con el índice a la niña– es
cabopoloniense”. Creo que me salió algo similar a un alarido. En la casa están planificando una (contra)marcha para el doce de octubre. Los jueves a las noches tienen jams literarios (¿?) y dan charlas sobre zapatismo los viernes. Ésta es la tercer casa que ocupan, de las dos anteriores los echó la policía.
Feliz día a todos los estudiantes.
Hoy empieza el otoño. Otoño es mi estación preferida. Lo curioso es que éste es el segundo otoño que vivo este año, y al mismo tiempo el quinto que he vivido en mi vida.
Hace un par de noches fumé hash con un chico eslovaco y dibujante que fue el primero en este viaje en saber la diferencia
Después de pensarlo en frío este fin de semana, decidí que mañana voy a renunciar. En realidad, no había mucho para pensar. Mis dos peores días, días largos de lágrimas y frustración, se los debo a este trabajo. Días en los que me detesté por hacer lo que hacía, en los que la vergüenza era lo mismo cerrar los ojos que mirarme en un espejo. No me va bien, gano muy poco, paso todo el día trabajando, y aparte me parece detestable lo que tengo que hacer. No estallo de entusiasmo ante el panorama de tener que comenzar de vuelta a buscar trabajo, pero creo que me despejará mucho la cabeza dejar el que tenía.
El MACBA, uno de mis museos preferidos, logró algo que, en este momento, difícilmente hubiese ocurrido de otra manera: causarme una alegría sincera poniendo frente a mis ojos “algo” argentino. Una sala entera dedicada al Di Tella, a Tucumán Arde y a León Ferrari. Es que contra eso no hay rechazo posible.
Hace un rato pasé veinte minutos puteando a los gritos porque me robaron la cena. Abrí la heladera y mi pizza no estaba. No había comido desde la mañana, y los mercados cerrados porque es domingo, y afuera llovía como en un paisaje bíblico. Terminé empapado, gastando el doble de lo que suelo gastar, con cara de culo comiendo un big mac. Necesito mudarme del hostel, conseguir una habitación. Pronto.
El viernes a la noche fui con un grupo de gente a un concierto al aire libre en el Parc de la Ciutadella. Algunos decían que sería de jazz, otros de música árabe como celebración del fin de Ramadán. Cuando llegamos, en cambio, nos encontramos con una banda senegalesa que tocaba música africana. Mucha percusión, la gente vuelta loca no paraba de bailar. Decenas de árabes circulaban vendiendo cerveza entre puestitos de comida turca y alquiler de narguilas. Después, un dj inyectó energía con mezclas de tecno y música árabe o brasilera y la noche crecía y el suelo temblaba. Detrás de mí había un rockero gordo y barbudo en silla de ruedas, con una remera deHulk, a quien todos conocían y parecían querer mucho. Frente a mí, figurita repetida: un marroquí que me cruzo casi todos los días, en los lugares más insólitos, de día vendiendo paraguas y de noche cervezas, aunque cada vez que pasa a mi lado susurra “chocolateporrococaína”. Generalmente no le hago caso. A la salida nuestro grupo se sentó a charlar bajo el Arco del Triunfo y la fresca madrugada catalana. A un par de metros de nosotros chocaron dos bicicletas y uno de los conductores se quebró la pierna y estuvo media hora entre
El recital celebraba el comienzo de la Mercé, semana entera de bandas, teatro, juegos, una feria del libro al aire libre que ocupa como cinco cuadras por las dos manos, tradiciones y demás actividades culturales gratuitas, ininterrumpidas y populares. Es la semana de la patrona de Barcelona. Vienen cientos de grupos, hay constante intervención callejera y el próximo domingo es el Piromusical, espectáculo multitudinario de música y fuegos artificiales.
Ayer fui a almorzar a Barrilonia, una casa tomada por ocupas predominantemente latinos y zapatistas. Hicieron una paella popular. Me invitó un amigo del trabajo, que se está iniciando allí en teatro del oprimido. Hay un chico que estudió sociología en la UBA. Conocí a una pareja de uruguayos con su hija chiquita, y cuando les pregunté de dónde eran, contestaron “nosotros dos de Montevideo, pero ella –apuntando con el índice a la niña– es
Feliz día a todos los estudiantes.
Hoy empieza el otoño. Otoño es mi estación preferida. Lo curioso es que éste es el segundo otoño que vivo este año, y al mismo tiempo el quinto que he vivido en mi vida.