martes, 1 de septiembre de 2009

martes y miércoles, 1 y 2/09/09, Mallorca y Barcelona









En la puerta de embarque nadie tiene más de treinta y cinco años, y el que no lee escribe y el que no escribe pinta. Muchas mochilas, idiomas, tatuajes.
Escribo estas líneas desde el avión “Spread Love”, diseñado por MTV (así de cool como suena), que hace un ratito saltó desde Mallorca y dentro de unos minutos apoyará sus patas de caucho en Barcelona.
Hoy fue, al mismo tiempo, mi primer día libre en un mes y mi último día en Mallorca. Tenía planificada la jornada: tren, tranvía, pueblito, barco, cala desconocida, cámara de fotos, libro, cuaderno. Toda la tarde con los músculos relajados y mi ombligo frente al sol. Eso quería hacer y eso hubiese hecho, de no ser porque los planes tienes esa frecuente tendencia a desmoronarse como castillos de arena, en este caso por dos motivos: mi jefe, a.k.a El Hijo de Puta, no quiso (“no pudo”) pagarme mi sueldo ayer, como habíamos convenido, así que hoy tuve que ir por trigésimo segundo día consecutivo al restaurant. Y también porque, para variar, no había trenes de vuelta a Palma desde 14.00 hasta las 18.30. Entonces tacho tranvía, barco y cala, y dejo tren, Soller (pueblito desconocido) y 41º grados a la sombra. Igual fue un lindo día.
Soy un tipo al que le disgustan muchas cosas (¿a quién no?), pero me cuesta odiar algo. Sin embargo, hubo un añadido reciente a mi top tres de cosas que odio. No me queda claro aún si desplazó a Moria Casán, a las ensaladas (salvo la rusa) o al nazismo. Odio el transporte mallorquín. Lo odio en cuerpo, alma y espíritu. Este lugar puede ser un calvario si no tenés auto, moto o bici. Sin exagerar, la mitad de mi tiempo en esta isla transcurrió entre autobuses y paradas de autobuses. En no-lugares, diría Augé.
Hoy, después de desayunar, llegó a mi celular un mensaje de lo más agradable: Tawil (un amigo de la secundaria al que no veo desde que se fue –se vino– a vivir a España, cuando teníamos catorce años. Y que tuvo el muy solidario gesto de recordar los viejos tiempos y abrirme las puertas de su casa en Barcelona) me avisaba que la empresa para la que trabaja recién le había notificado que desde hoy hasta el viernes él tendría que ir a Madrid para hacer un curso. Así que, hablando de planes que se desmoronan, me quedé sin techo en Barcelona horas antes de llegar. El Parc Güell parece un lindo lugar para pasar la noche, junto con los cincuenta kilos que cuelgan de mis hombros infinitamente agradecidos por semejante remedio contra la escoliosis.
Llegué a Barcelona hace un rato. Desde que pisé este lugar se me dibujó una sonrisa en la cara que incluso ahora, horas después, no se me borra. Me subí a un colectivo en el aeropuerto. Comencé a charlar con dos personas que estaban a mi lado. Un chico israelí, malabarista callejero y trabajador social “especializado en grupos” con adolescentes delincuentes. Un divino. Y Laura, una chica barcelonesa, artista audiovisual. Una divina. Hablamos de viajes, de lugares, un poquito de arte, mucho de Almodóvar, hasta que ella se bajó y el israelí y yo bajamos juntos, fuimos juntos a otra parada, él se fue, y yo paré un taxi para que me lleve a ocho cuadras, imposibles de caminar con el equipaje que tenía. La calle llena, llena de gente joven. En este momento, cinco en punto de la mañana, día muy ajetreado y casi un día sin dormir, me es imposible describirlos. No tengo ganas, ni siquiera. Las pestañas se me caen como yunques al vacío. El punto es que unos instantes de Barcelona, su gente y sus calles me hicieron inmensamente feliz. Aunque el taxista estaba de mal humor porque se quería volver a Ecuador, aunque tuve que caminar casi una hora por la noche barcelonesa, con cincuenta kilos encima buscando un lugar adónde dormir porque los primeros cinco hostels estaban colmados, aunque tuve que subir mi valija cuatro pisos, aunque hoy, entre los 41º, los nervios de último momento, tantas otras cosas, traspiré hasta quedar con aspecto famélico, aunque los primeros cuatro acentos que escuché recién llegado a Barcelona fueron (¿cuándo no? ¿CUÁNDO MIERDA NO?) argentinos, todo, absolutamente todo eso me resbala, me chupa un huevo, me toca un pie, porque estoy donde estoy, y todavía no lo puedo creer, siento que todo esto es un sueño.
Coño, coño, quiero escribir más, tengo más cosas que decir, pero sinceramente no me da la cabeza a esta altura.
Por un momento me volteo y frente a mí está Mallorca. Le agarro la cara con suavidad, con mis dedos le rozo los cachetes, se los aprieto un poco, como si fuese mi nieto, y le sonrío. Le sonrío por dejarme talladas en la retina playas paradisíacas, tantísimas obras de Picasso y Miró, angostos callejones adoquinados, un concierto de música clásica interpretado desde barquitos que flotaban perezosos en un lago en el interior de una cueva. Le sonrío por haberme dado trabajo en tiempos en los que es un bien escaso, y le sonrío más aún por haberlo terminado sano y salvo. Le sonrío por haber sido la primera puerta que abrí, por haberme dado una buena amiga que duró tres días, por hospedarme en el período de mi vida en el que más escribí, y por tantas noches desparramado en una hamaca, oyendo la noche, con un porro en la mano y la vista fija en un azabache profundo brotado de estrellas, todas las noches alguna, aunque sea una, fugaz. Y siempre el mismo deseo, salvo una o dos excepciones. El deseo que no se cumplirá nunca, claro, y sin embargo.
Cierro el primer capítulo y paso de página. Está en blanco, todavía, pero ansiosa por tragarse tonelada y media de tinta y de cuerpo.

4 comentarios:

  1. debe ser que yo estoy muy maricona...
    canto pri el ultimo parrafo, lo doblo en cuatro y me lo meto en el bolsillo antes de irme a dormir.
    besos

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  2. No preguntes por qué, pensé en vos mientras lo escribía.

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  3. Hay cosas del amor que no entiendo.

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  4. El amor no es cuestión de entenderlo.
    Me encantaría que ese comentario tuviese firma, porque si no no sé a quién le estoy contestando.
    De todos modos, un beso.

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