En Venecia comprè una barra de pana a la maniana y la fui desperdigando por el suelo de la ciudad durante todo el dìa. En un momento, los punios cerrados abarrotados de pequenios trocitos, me detuve. Frente a los gòndolas del gran canal me plantè, a la espera de alguna paloma que percibiera el anzuelo. No tardò mucho en llegar la primera; arrojè unos pedacitos y màs palomas aterrizaron alrededor. Mientras las alimentaba, una se posò sobre mi hombro y otra, recièn llegada y aùn sin tocar el suelo, ùnica distinta por su blancura, comenzò a volar en cìrculos rodeando mi cabeza. Yo giraba sobre mi propio eje tratando de no perderle el rastro en ningùn momento. Asì estuvimos un rato mientras el resto, que a esta altura era casi un pueblito, seguìa picoteando migas ante un grupete de turistas que se habìa parado a observar la escena. Ya entrada la noche, sòlo entonces, probè un pedazo, el ùltimo pedacito de pan. Entonces presentì que, en ese momento, bajo algùn puente estarìan todas ellas reunidas, tramando la gran venganza.
En Venecia viven cada vez menos jòvenes y no vi ni una mujer embarazada. En Venecia la gente me pareciò màs bien antipàtica y poco servicial. En Venecia muchas calles tienen dos nombres y el disenio urbano es un laberinto borgeano que te lleva a caminar una hora en linea recta para volver a caer en el mismo sitio. Nunca haber entendido la geografìa de la ciudad fue parte sustancial de su atractivo.
Si alguna vez vienen, no paguen el vaporetto, nadie revisa tickets.
A Venecia le sobran màscaras y le faltan banios gratuitos.
Pura casualidad fue que, cuando lleguè, faltaban diez dìas para que termine la Bienal, el màs importante de los eventos artìsticos. No fui con la intenciòn de ver arte, no me interesaba, pero aprovechè para ver algunas cosas, nunca predeterminadas, simplemente dejando que el azar y mis pasos, perdòn por la redundancia, marquen las paradas. Lo que màs me gustò de lo que vi fue, sin duda, una larga serie de pinturas de Botero, que se llamaba "Gente del circo".
Cada vez que lei tabacchi pensè en Tabucchi y cada vez que entrè a un lugar me dijeron "ciao" y yo, en efecto, me fui.
En Venecia hay un aire gris que borra la linea del horizonte.
Venecia es un puente que desemboca en una època de cosmovisiòn clerical y mercaderes de especias en barquitos.
En Venecia no se escuchan ruidos de autos, si no màs bien un bullicio nebuloso, un pastiche de lenguas, y el rozar de la tela de la ropa contra la tela de la ropa.
Ciudad en la que entre puentes y canales bailan escurridizas las ratas su danza nocturna y unos pasos alejados emanan un eco que los agranda, los potencia y los aìsla.
Una noche lleguè a mi habitaciòn, despuès de caminar todo el dìa, y no tardè mucho en darme cuenta de que algo me faltaba: mi cuaderno. Comencè a revolver lugares en los que sabìa que no lo encontrarìa. Enloquecì y empecè a insultarme a gritos. La puerta estaba abierta y la gente se asomaba. Alguien susurrò "debe ser argentino". Bajè tres pisos a los saltos y comencè a correr por Venecia, ciudad en la que nadie corre nunca, sin saber adònde ir. Mientras, seguìa gritàndome insultos, sòlo interrumpidos para aullarle a la gente que saliera de mi camino. Entonces recordè: un par de horas atràs, quise salir en una de mis fotos. En la baranda de un puente apoyè mi càmara y puse el autodisparador. La imagen quedaba muy baja, asì que resolvì elevarla con lo primero que tenìa a mano: sobre la abranda puse mi cuaderno, y sobre èste la càmara. Bombillo encendido: mi cuaderno quedò sobre la baranda de un puente de Venecia. Claro, decir un puente de Venecia es como decir un judìo de Once. La pregunta era còomo mierda iba a reconstruir mi itinerario, improvisado e incoherente. Mientras corrìa, intentaba recordar. Mientras corrìa intentaba prender un cigarrillo, no romperme la rodilla bajando escaleras, elaborar un argumento que explicara mi situaciòn a un policìa en un italiano comprensible, acordarme de todas las cosas que habìa anotado en ese cuaderno. Mi instinto o mi memoria me pellizcaron al pasar por una calle con tres puentes. Y ahì, en el màs lejano, en la posiciòn exacta en que lo habìa dejado, ahì estaba: el cuaderno lleno de telèfonos, mails, datos, ideas, cuentos, una carta larga a punto de terminar y este humilde texto.
En Venecia vi pasar por debajo de un puente una gòndola sin remos y me pareciò que intentaba asomarse, aplstada entre un bufòn y un arlequìn, verde y temblorosa, la mano de Peròn. Yo dirìa que estaba un poco triste.
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cierro los ojos y sonrio discimuladamente porque encontraste ese cuaderno de la letra ilegible y palabras sin tregua.
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