De París volví a Barcelona y después de un par de días volé hasta Panamá al lado de un bebé que no paró de llorar a gritos desde el despegue hasta el aterrizaje.
Al día siguiente, luego de una noche solo en un hotel panameño, llegaron todos y nos subimos al crucero caribeño al que nos invitó mi bobe. Todos: mi bobe, mi vieja, mi hermano, mi tía de Buenos Aires, mi primita y yo.
Tan desacostumbrado al calor, a la familia, a la comodidad. A sentirme burgués. A pasar tardes en un jacuzzi, a comer hasta la arcada, a fumaarme un porro en la punta del barco, viéndolo acercarse y alejarse de la nada abierta y oscura.
Qué gloria reencontrarme con mi hermano, darnos un abrazo, actualizarnos. A mi hermano lo veo, digamos, una vez por año. De las últimas veces que lo vi, una vez había cambiado su manera de hablar y de vestirse, había aprendido a bailar; otra vez tenía el pelo largo y había adelgazado treinta y cinco kilos. Ahora se volvió a cortar el pelo, tiene brakets y su cara es otra, literalmente: meses atrás le hicieron una operación que, siendo por motivos de salud, tuve que ser también estética y entonces otros pómulos, otra mandíbula, otra nariz.
Con mi primita pasé mucho tiempo, largas conversaciones. A veces me sorprende su nivel de madurez. A veces la quiero matar, cuando dice lo mismo que su mamá como si fuera un pensamiento propio y no tiene idea de lo que dice. Aunque seguramente yo a los once años hacía cosas peores. Quienes no nos conocen siempre piensan que somos hermanos.
Con mi tía suele estar todo más que bien, es la más normal (en el buen sentido de la palabra) de las tres hermanas, y es una mujer sin tabues y muy divertida.
A mi bobe la quiero mucho. Es mi bobe. Tenemos varias diferencias, y a veces es muy facha, pero a esta altura casi me da igual, no soy quién para cambiarla ni es fácil cambiar a esa altura de la vida. Y la quiero lo mismo.
Mi vieja. Mmm. Con mi vieja tuvimos nuestras risas, nuestros lindos momentos. Recuerdo una caminata juntos sobre la arena deliciosa de Aruba. Pero mi vieja es una mujer dificil: muy dificil. Digamos que con cierta frecuencia es una burguesa desagradable y desubicada con un talento insólito para crear situaciones incómodas.
La mayoría de la gente del crucero eran nuevos ricos, burguesía esnob y vulgar, apariencia y show off. Por suerte, aunque sea, eran latinos, elemento que siempre añade sabor y resta ceremonia, sobre todo cuando hablamos de Brasil hacia arriba.
Mi familia y yo tenemos conceptos muy distintos de lo que es recorrer un lugar.
Cartagena es pintoresco. Qué adjetivo de mierda. No se me ocurre otro. Es un lugar con muchas cosas para ver, muy jugoso. Algunas postales me sonaron a La Habana.
Santa Marta es un pueblito con pocas cosas para hacer, una playa aceptable y un calor de mercurio. Bolívar merecía una muerte más digna.
De Aruba, la arena. Quizá la más sublime en color y, sobre todo, en textura que pisé en mi vida.
En Curaçao y Bonaire hice mi propia ruta cuando mi familia volvió temprano al crucero. Y valió la pena. Mezcla delirante la de ambas Antillas Holandesas: negros que bailan salsa y beben cerveza Polar (Caribe, indudablemente), pero hablan en holandés entre canales y fachadas al mejor estilo Amsterdam.
En Bonaire me recuerdo solo en el banquito de una plaza, fumando porro y devorando un libro entre silencios y paredes descascaradas de todos los colores y alguna que otra mujer con muchos collares y una cesta de frutas sobre la cabeza.
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