martes, 9 de marzo de 2010

Budapest y Viena

Budapest, igual que Bélgica, es un lugar al que me hubiera gustado dedicarle más tiempo.
En Budapest conocí a un productor de CQC que era un tanto arrogante y que me dijo que venía de Viena e iba Berlín, y tres días después me lo volví a cruzar en una instalación audiovisual en Kunsthalle, en Viena.
Budapest me recordó un poco a Praga.
En Budapest tienen la mano milenario de un fraile expuesta en la entrada de una catedral.
En Budapest fui a un museo, "La casa del terror", que fue un centro clandestino de detención, tortura y asesinato, primero utilizado por los nazis y luego por los comunistas. Fue uno de los lugares más interesantes que conocí en el viaje, aunque me pareció tendenciosamente derechoso.
En Budaoest conocí varias personas que fueron por unos días, se enamoraron de la ciudad y se quedaron a vivir.
Me quedé con muchas ganas de ir a un lugar en las afueras, el museo al aire libre más grande de Europa, un campo vasto donde depositaron cientos de majestuosas estatuas comunistas luego de la caída de la URSS, y simplemente descansan ahí.
Budapest tiene un poco de varios lugares de Europa, y al mismo tiempo algo muy propio. Tiene, también, la sinagoga más grande del continente y la arquitectura más indefinible, no-descodificable, raramente fascinante que vi en el viaje.
Me cuesta escribir sobre Budapest porque fue hace mucho y pasaron tantas cosas en el medio.
Budapest fue la mejor sorpresa de este viaje.
En Budapest toman tequila sin sal y sin limón, pero con naranja y canela, ambas posteriores al trago.
Lo mejor de Budapest está escondido en una montaña en la que uno cree, de lejos, que nada más hay un castillo y un monumento.

En Viena fui a la ópera a ver Manón, al zoológico más viejo de Europa, quizá del mundo, a un palacio de irreales jardines nevados.
En Viene fue la única vez que me agarraron viajando sin ticket, aunque al final sólo pagué la mitad de la multa (la otra mitad debía pagarla al día siguiente en el Banco Central, bajo amenaza de que no me dejarían salir del país cuando llegase al aeropuerto, pero como mi vuelo saía desde Bratislava, no me preocupé).
En Viena me perdí en el cementerio central, kilométrico, cientos de miles de tumbas. Oscurecía, estaba solo y la nieve no cesaba de estrellarse contra mi cara como copos kamikazes.
Viena me pareció una ciudad un tanto facha, tirás un papel al suelo y te miran como si fueses un violador serial.
Viena tiene algunos de los mejores museos de Europa, y sin duda es una ciudad bella pero, honestamente, no me conmovió.

De Eindhoven y Bratislava no quiero decir nada porque estuve muy poco tiempo.

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