lunes, 24 de agosto de 2009

domingo, 23/08/09, Mallorca




Hace un par de semanas María me habló de unas cuevas que ella recordaba haber visitado de chica, y que quedaban en Mallorca. Con lo fácil que es hoy en día, averigüé. Hoy fui, entonces, a las Cuevas del Drach. Me tuve que despertar a las ocho de la mañana para llegar a las doce.



Sin duda es la cueva más impresionante que vi en mi vida, pero también la menos virgen, la menos natural. Está toda estratégicamente iluminada para resaltar lo que debe ser resaltado. Por momentos parece un lounge de Palermo. Y el sendero está perfectamente marcado por pasamanos de hierro, y da la sensación de que si ponés una mano afuera va a estallar una sirena de bomberos. Creo que a veces el Hombre manosea demasiado.



Dentro de la cueva, a lo largo del recorrido, hay un lago subterráneo, uno de los más grandes del mundo, 177 metros, 9 de profundidad, 16º de temperatura, agua salada que se filtra desde el mar a través de las rocas.



En un momento, nos sentaron en unas gradas, suerte de auditorio, frente al lago. Apagaron todas las luces de la cueva. Aparecieron tres pequeños barquitos, iluminados, remando con lentitud. Dos de ellos, supongo, tenían una función meramente decorativa. El otro, tenía un pianista y dos violinistas, que durante quince minutos nos brindaron un concierto de música clásica. Adentro de una cueva, a oscuras, frente a un lago subterráneo. O sea.


No eran la Filarmónica de Berlín, está claro, pero vale mucho la idea, y sobre todo la imagen.


Luego volvimos a la entrada de la cueva, a través del río, en esos barquitos.


Una pinturita.
Adentro de la cueva estaba prohibido tomar fotos. Sin embargo, todos usaron sus cámaras. Era imposible, para los diez empleados de seguridad, controlar a trescientas cincuenta personas. Yo tomé fotos también, claro. Pero, al contrario que el resto del grupo, opté por tomarlas sin flash, no sólo porque me gustan más así, si no, sobre todo, for not disturbing las estalactitas.

sábado, 22/08/09, Mallorca



Hoy al mediodía recorrí los pocos callejones del casco histórico por los que aún no había estado. Y ahí fue donde lo vi. Sinceramente, no me sorprendió tanto. De cierta manera es previsible, casi diría que se cae de maduro, que si hay un lugar llamado Casa Tomada y un lugar llamado Cronopios, en algún momento iba a aparecer un lugar llamado (foto)

Hipótesis: en un período oculto de su vida, Cortázar vivió en Mallorca y nunca se lo contó a nadie.

lunes, 17 de agosto de 2009

domingo 16/08/09, Mallorca

Luego de cenar Albino y Asunción me llevaron en su Renault hasta mi casa, como desde hace unos días, desde que Ariel dejó de hacerlo por algún motivo que desconozco. Mejor así. A Albino le gusta la velocidad y el volumen alto. A mí también, y a Asunción parece no molestarle. La música que escuchan en el auto se divide en cuatro, a saber: 1) música típica portuguesa; 2) canciones de alabanza a Jesús; 3) La Mona Giménez (¿?) en covers españoles aún más pachangosos; 4) Rodrigo (¡!).
Cómo llegaron hasta ahí, no tengo ni idea. El momento éxtasis de hoy fue cuando, a ciento veinte kilómetros por hora, solos en la autopista, con las ventanas bajas, nuestras palabras arrasadas por las ráfagas de viento, los tres aullábamos a grito pelado: “soy cordobés, me gusta el vino y la joda, y lo tomo sin soda, porque así pega más, pega más, pega más”.

Uno más cordobés que el otro, imagínense.

domingo 16/08/09, Mallorca

Hoy hubo tan poco trabajo que, por primera vez, tuve un par de intervalos de diez minutos en los que realmente no había nada para hacer. En uno de ésos entró a la cocina Luis, mi jefe, cincuentón largo al que le encanta desvelarse todas las madrugadas chateando con cualquier persona conocida a la que le guste exactamente lo mismo, es decir, pasarse las madrugadas chateando con cualquier persona conocida que, ad infinitum, para contarnos que recién le había llegado un mensaje de movistar que decía “gana un millón de euros, sin sorteos”. Él respondió el mensaje, claro, y entonces le llegó una pregunta sobre qué actriz es novia de tal actor, y dos opciones. Y cuando respondió correctamente, le mandaron otra: qué hizo dios el domingo, y dos opciones. Y así sucesivamente. Rumbo a la cocina con tres platos sucios en mis manos, me frena Luis y, con la vista fija en la pantalla de su celular, me pregunta:

- ¿Quién fue el primer presidente de Rusia?
- ¿De Rusia o de la Unión Soviética?
- De Rusia
- ¿Seguro? - insisto
- Sí, de la URSS
- Ah
- Es Yeltsin, ¿no?
- No, es Lenin
- ¿Seguro?, es mi otra opción, pero no me suena

Horas después estamos todos cenando. Quiero ese millón, dice Luis. Y, ¿qué pasó?, le pregunto. Respondí mal una pregunta, y me hicieron comenzar de vuelta, me mandaron al principio. ¿Qué pregunta fallaste?, pregunta Asunción. La de Rusia, se frustra Luis.

sábado, 15/08/09, Mallorca

Brevísimo comentario: hoy, durante la cena, mi jefe y Ariel volvieron a coincidir sobre un tema: tipos como David Bisbal, esos sí que son verdaderos artistas.

viernes, 14 de agosto de 2009


Hoy tuve mi primera discusión política desde que llegué. Hasta ahora, el único esbozo había sido con Eddie, un día que yo estaba un poco molesto por no tener días francos y laburar una hora y media más por día de lo que me corresponde, y Eddie, riéndose, me dijo que me deje de joder y me ponga a laburar, sindicalista, andá con tu sindicalismo a otro lado, y yo le dije que sí, sindicalista, y qué, y entonces me contestó que gente como yo jodió el país, que por gente como yo Argentina está como está, y que me vaya con mi sindicalismo a otro lado. Ya era muy tarde como para discutir, y aunque hubiese sido temprano con Eddie es imposible. No supe de qué manera responderle para no mandarlo a la mierda, así que me fui a la cocina, me tomé un vaso de nestea, me acerqué a la puerta y le dije que cuando tenga ganas nos sentamos a debatir de política. En realidad, eso es lo que quería decirle, y lo hubiese logrado si él no hubiese subido abruptamente la música en mi cara, mientras mi frase iba por “pol”. Uno de tantos gestos soberbios que me tengo que bancar todos los días.


Perdonen, me fui por la rama.


Hace un rato estábamos cenando en el restaurant donde trabajo; los dos cocineros se habían ido antes, así que éramos Ariel (el otro camarero), nuestro jefe y yo. No recuerdo por qué motivo, casi desde que comenzamos a morder nuestro de sándwich de jamón crudo y tomate, a éstos dos les dio por despotricar una diatriba desmedida contra Cuba. Medio sándwich y dos vasos de cerveza después, no soporté más y me atreví a incluirme en la conversación para opinar “bueno, pero tampoco todo es tan malo, también hay que considerar… y que sin embargo en otros países democráticos…”. Para qué. De qué te sirve que la gente no muera de hambre si no podés viajar, coincidieron. Luego de las miradas reprobatorias, ya quedaba poco del sándwich cuando empezaron las comparaciones entre Fidel y Franco. “Entre los dos, me quedo con Fidel”, acoté. Para qué. Luis, el dueño, comenzó con un discurso de restar culpas a los militares, como quien no quiere la cosa. Un ratito después ya estaba denunciando cientos de atrocidades cometidas por los rojos. Los rojos, decía dos veces por minuto. Lo decía como quien escupe. Con Franco todos tenían trabajo y nunca hubo más libertad que con él. Él no abusó del poder, él comía con los peones, comida de peón. Él no dejó que los nazis entren a España y nos salvó de meternos en una guerra. Lo malo era la gente que lo rodeaba. Después me dijo que yo debiera estudiar e informarme. Lo dijo justo antes de que Ariel dijera que en Argentina es lo mismo. Que los militares tuvieron muchos errores, pero que se podía andar por las calles y que la gente tenía plata. No, claro, tampoco era necesario matar a treinta mil tipos. Pero ahora en Buenos Aires no podés ni salir a la calle. Ni un extremo ni el otro.
En fin, la cosa siguió por ese rumbo, y mientras yo levantaba los platos llenos de migas, dije algo sobre Cuba (que había reaparecido sobre el tapete), y ante el silencio total concluí “bueno, son temas para debatir”. Y no se habló más del tema.






Hoy dormí poco y me levanté temprano porque quería ir a conocer el Aquarium. Casi dos horas después de salir de mi casa, llegué. Cartel: entrada adulto general – 19.50 Euros. Mierda, pensé. Apagué el cigarro y me acerqué a la ventanilla:



- Hola, una entrada por favor.
- Sí, son 19.50
- Quisiera una entrada con descuento.
- Lo siento, nosotros no…
- Soy residente, estudiante y prensa.
- ¿Prensa dijiste?
- Prensa dije.
- ¿Tienes alguna acreditación?
- Sí sí, cómo no







Y le alcancé mi falsísimo carnet de periodista que un editor de una conocida revista de turismo en Buenos Aires me hizo el favor de regalarme. De ahí en adelante, fueron todas sonrisas y poco faltó para que desplegasen una alfombra roja a mis pies. Me dejaron pasar gratis y me pidieron que me pegue en el pecho una calcomanía que decía “visita de PRENSA”. Ja.
Ni las fotos ni las descripciones son capaces de transmitir fielmente lo que vi allá adentro durante dos horas y media. Había peces que podrían camuflarse perfectamente adentro de un arcoíris o de una porción de papas fritas con ketchup. Peces que creo que robaron del Jardín Japonés. Peces que parecían recién salidos de la peluquería y peces que parecían diseñados por Alan Faena. Peces que parecían haberse metido tres pases y peces más aburridos que un bostezo. Plantas psicodélicas y manta rayas de cara tímida con mirada entre triste y patética. Caballitos de mar cubiertos de diminutas piedras brillantes y medusas solitarias y radioactivas que hacen siempre el mismo movimiento desganado. Hay peces que no sabés si tomarles una foto o fumártelos. Lo que no vi, lamentablemente, fue ningún axolotl. No tengo idea cómo son, pero estoy seguro de que no vi ninguno.
Creo que el dichoso carnet me va a hacer ahorrar mucho dinero en estos meses.

sábado, 8 de agosto de 2009

jueves, 6/7/09, Mallorca


Se sientan tres personas en la mesa ocho. Dos hombres y una mujer, treintilargos, cuarentipico. Españoles. Les doy el menú. Al rato les pregunto qué desean beber. Están inquietos. Miran para todos lados. Hablan en voz baja. A nosotros, los camareros, no nos dirigen ni un hola, ni un gracias, casi ni un gesto. Terminan de cenar. Piden la cuenta. Uno de ellos saca una tarjeta de crédito. En la mesa de atrás, una pareja charla con mi jefe. Hace una semana que explotó la bomba en Palmanova, le dicen. Y hace tres días desactivaron otra a tiempo, contesta mi jefe. Sí, dicen ellos, y hoy otra más, recién lo dijeron en todos los canales. Oídos atentos en la mesa que yo atendía, y al escuchar ese comentario, reacción relámpago: ojos muy abiertos, miradas cruzadas, tiesas entre los tres; la mujer palidece en un instante, y el que había puesto la tarjeta de crédito sobre la mesa la guarda inmediatamente en su bolsillo. En dos segundos me pagan en efectivo y se van, muy apurados, masticando unas pocas palabras entre dientes.

Pssst, camarero, hay una bomba en mi sopa.

domingo, 2 de agosto de 2009

sábado, 1/8/09, Mallorca




Hoy a la tarde, como todas las tardes, peregriné por un territorio desconocido rogando encontrar a alguien que quiera explotarme a cambio de monedas. En cierto momento, ya agobiado de que se rían a mis espaldas, de que me vean como quien busca arena en Siberia, decidí tomarme un descanso. El descanso consistía en instalarme un rato a nadar por internet, claro está, con el mismo propósito de indagación laboral. En eso estaba cuando de pronto sonó mi celular: del otro lado una voz grave parloteaba en un español hermético, indescifrable: (…) Luis (…) agosto (…) de siete y media a doce y media (…) Peguera (…) pantalón negro. Es decir: hoy mismo tenía que presentarme para comenzar mi período de prueba como camarero. Y así fue. Luego de esperar el bus durante cuarenta minutos, otros cuarenta de viaje, más quince cuadras caminando, perderme dos veces y subir una colina, llegué siete minutos tarde, cuestión que me causo una bienvenida patronal de "ya contaba con que no vendrías". Habrá sido la voz de Luis, supongo, la que me había hecho intuir que me esperaba, como mucho, una taberna de los bajos fondos. En cambio, entré en un restaurante detallista, una terraza con vista a una serie de homogéneas casitas amarillas y preciosas que todavía no entiendo si son estilo colonial o mediterráneo (?). Entre una y otra hay una separación de unos cinco metros, a través de la cual se divisa un mar terso y remolacha, y más allá unas cimas montañosas irregulares con árboles en desnivel y lucecitas nocturnas. Para ponerle un moño. Ariel, el otro camarero, es, como no podía ser de otra manera, de Buenos Aires. En la cocina trabaja Asunción (gordita bonachona, asturiana y de poca paciencia) y Albino (portugués sesentón, de risa constante y sudor ininterrumpido). Luis, el dueño, se dedica a hablar de vinos y a fumar más que puta presa. A pesar de que pocas mesas estuvieron ocupadas y de que recién empiezo y mi currículum gastronómico es nulo, por ende mis tareas no abundaron, la jornada se me hizo eterna. Y vestido de negro y con zapatillas, alternando entre el calor de un sol hiriente y el de una cocina de funcionamiento indetenible. Luego, sí, la gloria bien merecida: cena de pizza y cerveza con mis compañeros. Mientras, junto a nosotros, Luis le gritaba por teléfono a su hija, sacaba de paseo sus conflictos familiares de una manera que en un día de mayor susceptibilidad me hubiese causado indigestión. Es que desde que se separó, me explica Asunción, no para de pelearse con las hijas. Y él, que es tan buen padre, tan sacrificado, que vive sólo por ellas. Y ellas, no sé cómo no les da vergüenza responderle de esta manera. En cambio mi padre, que en paz descanse, continúa Asunción, apenas murió mi mamá se casó con otra, y a nosotros, sus hijos, nos dejó en un olvido grosero. Y luego tuvo un hijo con la otra, y fue todo para él. Pero cuando murió mi papá, claro, los que nos encargamos de todo fuimos sus hijos anteriores. Que en paz descanse.



En fin, que por el momento ya tengo trabajo. Hurra hurra. Lo tengo siempre y cuando pase mi período de prueba, y aún así, sería sólo por agosto. Inconvenientes: queda lejos de mi casa y para ir dependo del ineficiente sistema de transporte público mallorquín. Para volver ya no hay buses, y no tengo ni auto ni bicicleta, de manera que veré cómo me las arreglo. No pienso caminar treinta y cinco kilómetros por madrugada, ni caer en el abuso de pedirle a Ariel o a Luis que todos los días me dejen en mi casa. Gran incógnita a resolver. Por otro lado, no tengo fines de semana libres ni día franco. Trabajo de lunes a lunes, sin excepción. Y si me baso en eso, el sueldo no es bueno.



De todos modos, teniendo en cuenta la apocalíptica coyuntura actual, tengo que tragarme todo eso, entre otras cosas, y aclamar o susurrar una sola palabra: hurra.

viernes, 1/8/09, Mallorca





Desde el día en que llegué hubo algo que me llamó la atención: frente a la bahía, varios metros más arriba, separados del nivel de la calle por un par de docenas de altos escalones de piedra, se erigían tres molinos, un poco descuidados, uno de los cuales tenía un letrero que apuntaba "Art Deco". Hoy, finalmente, se mezclaron el tiempo y las ganas, y subí. Fue un poco decepcionante, en realidad. Eran tres molinos, sencillamente tres molinos, sin magia ni colores ni sorpresas. Alrededor había paredes colmadas de grietas, de humedad, de vejez, de grafittis. No sé por qué, pero siempre pensé que era cuestión de subir y bajar: ver los molinos, qué lindos molinos, fotito a los molinos, vuelta a la realidad. Por algún motivo di por sentado que atrás de ellos no había nada, quizá un gran muro ocre, o un letrero que diga "¿te gustó?, bueno, ahora bajá". Pero no. Detrás había un backstage de callejones olvidados, la contracara de la isla, una ciudad sin turistas pero con viejas sentadas en la vereda debatiendo sobre la textura y la madurez de los melones o denunciando la pinta del chico que el otro día trajo Conchita. Y nenes, muchos y todo tipo de nenes. Con muñecas, con hachís, con skates. Sólo hizo falta seguir un poco, robarle unos metros al cansancio, aferrarme a la curiosidad inconsumible, para estrellarme con lo que muestra la foto.



Ya no sé qué decir. Me persigue, me persigo. Paranoia o no. Veo sólo que quiero ver, o no. Quién sabe, tampoco es cuestión de andar buscando explicaciones.