Desde el día en que llegué hubo algo que me llamó la atención: frente a la bahía, varios metros más arriba, separados del nivel de la calle por un par de docenas de altos escalones de piedra, se erigían tres molinos, un poco descuidados, uno de los cuales tenía un letrero que apuntaba "Art Deco". Hoy, finalmente, se mezclaron el tiempo y las ganas, y subí. Fue un poco decepcionante, en realidad. Eran tres molinos, sencillamente tres molinos, sin magia ni colores ni sorpresas. Alrededor había paredes colmadas de grietas, de humedad, de vejez, de grafittis. No sé por qué, pero siempre pensé que era cuestión de subir y bajar: ver los molinos, qué lindos molinos, fotito a los molinos, vuelta a la realidad. Por algún motivo di por sentado que atrás de ellos no había nada, quizá un gran muro ocre, o un letrero que diga "¿te gustó?, bueno, ahora bajá". Pero no. Detrás había un backstage de callejones olvidados, la contracara de la isla, una ciudad sin turistas pero con viejas sentadas en la vereda debatiendo sobre la textura y la madurez de los melones o denunciando la pinta del chico que el otro día trajo Conchita. Y nenes, muchos y todo tipo de nenes. Con muñecas, con hachís, con skates. Sólo hizo falta seguir un poco, robarle unos metros al cansancio, aferrarme a la curiosidad inconsumible, para estrellarme con lo que muestra la foto.
Ya no sé qué decir. Me persigue, me persigo. Paranoia o no. Veo sólo que quiero ver, o no. Quién sabe, tampoco es cuestión de andar buscando explicaciones.
INCREIBLE!!!!!
ResponderEliminarTe entiendo