Hoy tuve mi primera discusión política desde que llegué. Hasta ahora, el único esbozo había sido con Eddie, un día que yo estaba un poco molesto por no tener días francos y laburar una hora y media más por día de lo que me corresponde, y Eddie, riéndose, me dijo que me deje de joder y me ponga a laburar, sindicalista, andá con tu sindicalismo a otro lado, y yo le dije que sí, sindicalista, y qué, y entonces me contestó que gente como yo jodió el país, que por gente como yo Argentina está como está, y que me vaya con mi sindicalismo a otro lado. Ya era muy tarde como para discutir, y aunque hubiese sido temprano con Eddie es imposible. No supe de qué manera responderle para no mandarlo a la mierda, así que me fui a la cocina, me tomé un vaso de nestea, me acerqué a la puerta y le dije que cuando tenga ganas nos sentamos a debatir de política. En realidad, eso es lo que quería decirle, y lo hubiese logrado si él no hubiese subido abruptamente la música en mi cara, mientras mi frase iba por “pol”. Uno de tantos gestos soberbios que me tengo que bancar todos los días.
Perdonen, me fui por la rama.
Hace un rato estábamos cenando en el restaurant donde trabajo; los dos cocineros se habían ido antes, así que éramos Ariel (el otro camarero), nuestro jefe y yo. No recuerdo por qué motivo, casi desde que comenzamos a morder nuestro de sándwich de jamón crudo y tomate, a éstos dos les dio por despotricar una diatriba desmedida contra Cuba. Medio sándwich y dos vasos de cerveza después, no soporté más y me atreví a incluirme en la conversación para opinar “bueno, pero tampoco todo es tan malo, también hay que considerar… y que sin embargo en otros países democráticos…”. Para qué. De qué te sirve que la gente no muera de hambre si no podés viajar, coincidieron. Luego de las miradas reprobatorias, ya quedaba poco del sándwich cuando empezaron las comparaciones entre Fidel y Franco. “Entre los dos, me quedo con Fidel”, acoté. Para qué. Luis, el dueño, comenzó con un discurso de restar culpas a los militares, como quien no quiere la cosa. Un ratito después ya estaba denunciando cientos de atrocidades cometidas por los rojos. Los rojos, decía dos veces por minuto. Lo decía como quien escupe. Con Franco todos tenían trabajo y nunca hubo más libertad que con él. Él no abusó del poder, él comía con los peones, comida de peón. Él no dejó que los nazis entren a España y nos salvó de meternos en una guerra. Lo malo era la gente que lo rodeaba. Después me dijo que yo debiera estudiar e informarme. Lo dijo justo antes de que Ariel dijera que en Argentina es lo mismo. Que los militares tuvieron muchos errores, pero que se podía andar por las calles y que la gente tenía plata. No, claro, tampoco era necesario matar a treinta mil tipos. Pero ahora en Buenos Aires no podés ni salir a la calle. Ni un extremo ni el otro.
En fin, la cosa siguió por ese rumbo, y mientras yo levantaba los platos llenos de migas, dije algo sobre Cuba (que había reaparecido sobre el tapete), y ante el silencio total concluí “bueno, son temas para debatir”. Y no se habló más del tema.
fiuuuf! que bueno leerte. Decile a ese eddie que yo digo que es un jil! Te mando un beso de camaleon desde el otro lado del oceano (que habitan los mismos peces-no es tan lejos al fin-)
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