Ciudad a la que no se me había ocurrido ir. Ciudad de empresarios y oferta sexual interminable. Ciudad de rascacielos y puentes angostos que iluminan las caminatas nocturnas a orillas del río. Ciudad en la que visité la muy aristocrática casa de Göethe y una fascinante exposición de esculturas encargadas por Mao, personajes sufrientes que denuncian con su furia la explotación que sufre el campesinado. Gestos exacerbados de la revolución cultural.
Ciudad de ferias navideñas que ofrecen salchichas, pesebres, vino caliente. Ciudad donde en el jardín de palmeras no había palmeras y donde por primera vez vi un lago congelado. Ciudad que nunca olvidaré, ciudad mágica porque nevó, por fin nevó. Cuando pasó lo de Buenos Aires, hace un par de años, yo estaba en Mar del plata. Y antes de eso había visto nieve, pisado nieve, jugado. Pero fue siempre el gusto agridulce de la nieve durmiente, la que flotó mientras yo soñaba o caminaba en otra ciudad. Y ahora la viví caer, la sentí traspasar mis pómulos, borrar con su blanca, frágil ligereza el pasado oscuro.
Unos días después, abrí "Papeles inesperados" y desemboqué en "Peripecias del agua" y pensé: sí, eso, exactamente.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario